-¿Pero qué?- dijo Tom al ver el "nuevo" pueblo en el que iba a vivir.
- No te preocupes Tom verás que harás nuevos amigos- le dijo su padre para tranquilizarlo.
En los ojos de Tom había miedo, todo para él era extraño. Era un adolescente normal, de 16 años una inocente criatura, delgado como un palillo y tan alto como el último árbol caído en una guerra. A lo lejos Tom vió a una persona que le resultaba familiar.
- ¡Marie!, ¿qué haces tú aquí?- Sonrío Tom como si fuera su última sonrisa.
- ¡Vivo aquí,Tom! en realidad estoy con mis abuelos ya que mis padres con el tema del trabajo pues...
A Tom solo le importaba que Marie estaba en ese pueblo fantasma donde el único vecino que tenían eran las termitas del trastero.
-¡Marie!, si que has crecido desde la última vez, ya sabes el tema del trabajo y demás- dijo Peter, el padre de Tom.- Hijo, vete con Marie ella te ensañara tu nueva Ítaca-.
Marie y Tom caminaron durante horas, apenas viendo a cinco o seis habitantes en aquel pueblo que parecía una cúpula para evitar el contagio.
-Seguro que este pueblo no es famoso en sus guías turísticas- sonrío Tom.
- ¡jajaja!, tú siempre tan humorista.- dijo ella.
Tom al fondo de todas esas casas mal formadas vió una pareja de ancianos, tomando el té de las cinco, pero con una peculiaridad que a Tom le preocupaba.
-¿Quiénes son esos ancianos?-dijo Tom
¿Qué ancianos...?-contestó Marie.
Ya en aquella casa diferenciada de los demás no había nadie...Tom empezó a preocuparse.
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